Piedad

Piedad

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Cuadro ‘Piedad’, obra del pintor galdense Antonio Padrón (22 febrero 1920-8 mayo 1964)

¡Me duele tanto poder solo mirarte! Quiero volver a coger el pincel, quiero terminarte… No has tenido piedad de mí, madre. Me arrancaste de la vida justo cuando había descubierto cómo finalizar mi cuadro; me arrancaste de esta vida, madre, como cuando me arrancaste la alegría el día que te marchaste, un frío día de diciembre, ¿te acuerdas?, te acompañé en primavera, un 8 de mayo. Entonces supe que por fin estábamos juntos, pero, madre, aún era tan joven, tenía tanto que hacer…

Contemplaba el rostro doliente del cristo en brazos de la virgen. Desde el primer momento, aquel cuadro a medio finalizar le llamó poderosamente la atención. Hacía semanas que visitaba casi a diario la Casa-museo con el secreto objetivo de terminar el recorrido observando el cuadro inconcluso del pintor. La primera vez que lo vio de cerca, el guía del museo explicó que el pintor falleció justo cuando estaba en plena elaboración de aquella pintura. Este detalle aún le pareció más intrigante, más extraño si cabía. Enseguida quedó prendado del dolor lacerante que rezumaba el lienzo. Casi creyó sentirlo en su propia carne cuando una mañana se acercó hipnotizado y alargó su mano en un movimiento inconsciente que le llevó a acariciar suavemente la pintura. Por las yemas de los dedos ascendió un escalofrío que recorrió toda su piel como un latigazo de profunda tristeza. La voz enfadada del guía que le recordó que no se podían tocar los cuadros le arrancó de su ensimismamiento.

Esa noche no pudo conciliar el sueño. Abandonó la cama y comenzó a indagar en la red buscando toda la información disponible sobre el pintor. Así se enteró de su muerte prematura en plena producción artística; de su singular forma de crear, expresionista en la forma, popular en el sentimiento; la muerte de sus padres con apenas año y medio de separación; su crianza en el seno de una familia de tíos maternos y compartiendo vida con ocho hermanos que, sin embargo, no evitaron la eterna sensación de soledad que arrastró desde la desaparición de su madre.

Cuando al día siguiente abrieron las puertas del museo, él ya estaba esperando en la calle. Recorrió presuroso el suelo de piedras del patio interior y subió las escaleras buscando ver una vez más la eterna obra inconclusa. Quedó a la espera frente a ella a que el guía siguiera su recorrido mientras le recordaba con tono severo que podía contemplar el cuadro pero no tocarlo. Él respondía entre monosílabos que tan solo quería observar aquel lienzo, una vez más.

Ya en soledad y con un movimiento suave, controlado, alargó de nuevo la mano y acarició la textura de pintura seca que conformaba el entorno de la figura femenina sosteniendo entre sus brazos caídos al hombre doliente. Una voz lastimera comenzó a resonar en sus oídos entonando una arrastrada letanía repleta de magua. La voz del pintor se hizo una con la suya como hizo suyo su tristeza y su dolor. No has tenido piedad de mí, madre. No me has dejado culminar mi lienzo, me llevaste, no quería morir, quiero terminar mi obra, madre…

Cuando el guía, extrañado ante la tardanza, regresó a buscar al recurrente visitante, se encontró al hombre tumbado sobre el suelo, inconsciente. En su mano derecha empuñaba un pincel y varios botes de pintura esperaban abiertos a su lado. Los ojos del guía casi se salen de sus órbitas al descubrir que la obra ya no estaba inconclusa a la vez que admiró asombrado cómo ahora resultaba ser aún más hermoso; había adquirido un nuevo esplendor, el esplendor que otorga la perfecta resolución de la obra concluida.

El hombre no volvió a visitar la casa-museo. Desde ese día, sus manos incansables dibujan una y otra vez los contornos de aquella pintura sobre lienzos en blanco. Las paredes de su habitación están empapeladas de arriba a abajo con el mismo dibujo que se repite hasta el infinito. En el manicomio todos le llaman Antonio.

Mi modesto homenaje a un gran pintor, Antonio Padrón. 

(c) Josefa Molina

@JosefaMolinaR


6 respuestas a “Piedad

  1. Siempre me han gustado las relaciones entre pintura y literatura. La autora ha conseguido desentrañar una posible interpretación de ese lienzo inacabado de Antonio Padrón. Ese inconclusión añade misterio al óleo. Magnífico relato.

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