Una carta, sin más

 

Una carta, sin más

Cartas y más cartas por escribir. Ésta, por ejemplo que no logró acabar:

me siento súbitamente incapaz de mentir”.

E.M.Cioran

carta

 

Te recuerdo. Pues claro que te recuerdo. Cómo iba a olvidar lo que significaste en mi vida. Pero eso no significa que quiera volver a repetir el pasado. Cada día que pasa, es un día más de separación. Algo de lo que me alegro. Te aseguro que no querrías estar a mi lado. Sigo con mis malas mañas y no he dejado de fumar. De algo tengo que morir, claro que tengo cientos de motivos por los que morir y bastante menos por los que continuar viviendo. Imagino que es por simple pereza. Llevo muchos años viviendo y  cambiar de estado me resulta un poco incordio. Además, tampoco molesto a nadie si sigo sobre la faz de la tierra y no debajo de ella. Hace tiempo que deje de importarle a nadie. Ya el portero no pregunta por la salud de mi gato y creo que hasta la vecina de enfrente ha dejado de reconocerme.

Pero todo eso da igual. Sigo aquí, entre estas cuatro paredes y observo a diario tu retrato. Lo cierto es que Ismael supo captar muy bien tu esencia. En el brillo de tus ojos, quedó muy bien reflejado tu malicia, tu incuestionable capacidad para destrozar los sueños de los que te rodeaban. La vida me ha enseñado que hay personas que nacen con la voluntad, convertida casi en misión personal, de hacer infelices a los demás. Tú eras una de esas personas.

Es curioso cómo el paso del tiempo no mitiga el dolor. Tal vez sea que todo está tan profundamente incrustado en nuestro más profundo interior, que, simplemente, no sea capaz de borrarse por mucho que se desprenda la hora del almanaque, por mucho que intente volatilizarse como se volatilizan las virutas de humo que practico en el salón, el mismo salón en el que me prohibías fumar.

Ayer encontré tu libreta. Estaba mustia y húmeda. Sí, lo reconozco: han pasado dos años pero nunca me había dado por revisar tu ropero. Lo cierto es que todo parece estar como ayer. Quieto, gris, oscuramente helado por momentos. Fiel reflejo de lo que eras. Sé que soy un estúpido, hay quien me diría que una especie de romántico, pero aún tu taza de desayuno está en la vitrina donde la colocabas cada día después de lavarla en aquel ritual matutino de esponja, jabón y paño…

Esta carta puede resultar absurda, como absurdo es intentar hablar con tu ausencia. Tal vez todos necesitemos de nuestro momento de redención. Tal vez no fui capaz de ganarme tu perdón. Y reconozco que quizá por eso te he odiado durante años. Aunque más que odiar, es más bien desafecto. Sí, eso es, desafecto, desapego. Y en eso tú me dabas lecciones a diario. No fuiste precisamente una esposa amorosa, dar caricias nunca fue tu fuerte. Siempre pensé que la mujer a la que conocí la noche de bodas se fue al amanecer siguiente sin decir adiós ni dar explicaciones. No hay perdón para el perdedor me dijiste sentada en la mesa de la cocina cuando me echaste de tu cama y de tu vida. Que te diera dos hijos no ayudó a recuperarte. Cumplíamos con lo socialmente exigido pero no éramos felices y eso lo mamaron los niños desde que nacieron. Ellos fueron los primeros en dejar la casa, nuestra casa, tu casa. Mil años más tarde decidiste marcharte también.

Y ahora, entre tu ropa, encuentro esta libreta ajada y manoseada. Si me hubieras hablado, podríamos haber llegado a un punto de encuentro, a un espacio común, a intentar algo. Pero no me dijiste nada, y pensé que, simplemente, no me querías a tu lado. Fue el día en que alquilé el apartamento en el otro lado de la ciudad, ¿te acuerdas? La lejanía era total ya entonces. La frialdad me quemaba las manos. No éramos pareja, ni amantes, ni siquiera éramos familia. Era absurdo mantener una mentira cuando ya no tenía sentido ni motivo aparentar falsa armonía conyugal. Y ahora, al leer tus pensamientos, me planteo si hice bien alejándome de ti.

En el fondo, no éramos tan dispares, ¿sabes?, no éramos tan ajenos el uno al otro. Pero el silencio se interpuso entre nosotros y nunca supe qué escondías detrás de tu mirada cuando se perdía por la ventana. Pero ahora lo sé. Ahora que ha pasado el tiempo, ahora que ocupo de nuevo la casa que compartimos, ahora que fumo en tu salón y me acuesto en tu cama, sin ti. Ahora qué más da lo que sentías tú o lo que sienta yo. Ahora ya no sirve de nada…  Las palabras de esta carta son solo vehículos para mi desahogo. Serán consumidas por el fuego de la chimenea, junto a tu libreta. Y en el fuego me libero de ti. De tu mentira, de tu frustración, de tu traición. Será el fuego el encargado de borrar tu loco amor hacia mi hermano, truncado tras su muerte prematura. Nunca vi en tus ojos esa pasión que ingenuamente intentaste encontrar en mí en nuestra noche de bodas, esa pasión que nos arruinó la vida.

Será el fuego el encargado de pasar página, el encargado de perdonar, de perdonarte, de que te perdones, y de que me perdones por no haberlo visto, por no haberlo ni siquiera imaginado. Tengo que reconocer que siempre se te dio bien jugar con cartas marcadas. Yo sí quise estar a tu lado. Y pagué un alto precio por quererte.  

Ahora, con setenta años, comienzo a entenderte. Ahora que ya me muero, que estoy a nada de acompañarte, ahora lo entiendo y, por eso, te perdono. Ahora sé que no era yo el perdedor al que te referías, sino que eras tú. Pero te digo que perdimos los dos. No hay batalla ganada. En todas mueren  ilusiones, pasiones, corazones. Y el mio murió de frío hace miles años.

Donde quieras que estés, tuyo siempre, Miguel.

 

(c) Josefa Molina

 


9 respuestas a “Una carta, sin más

  1. ¡¡¡Me ha gustado muchísimo prima!!! No recordaba yo lo sensible que podrías llegar a ser y eso me gusta. Te quiero prima y te agradezco lo que hicisteis por mi, hace seis meses atrás y era estar a mi lado en esos momentos duros y que no esperaba. Mi agradecimiento tardó, pero éste era el momento oportuno. Gracias prima, de todo corazón. 💋💋💋🙋🌹

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  2. No hay perdon para el perdedor Pero al menos el que se sentia perdedor supo perdonar todo el dolor que le infligió su difunta ex. Nunca es tarde para uno a la hora de revelar sentimientos o confesar algo, aunque el tiempo cronologico indique que no sirve de nada o que ya no procede dar ese paso. Nunca es tarde para la verdad. Aunque nadie la vea ni la escuche. Con que la escuche el que la emite, ya basta y sobra.

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