Aprender a soñar

Aprender a soñar

niños

Siempre pensé que la mirada de un niño era, de por sí, intrínsicamente inocente. Pero reconozco que la de aquel niño me turbó hasta lastimarme los huesos.

Aquella profundidad azul, quieta, intensa, me paralizó justo en el momento en que alzaba furioso el puño para estamparlo contra su cara llena de mocos.

No, no soy un buen hombre. Nunca lo fui. Nunca pensé en los demás más allá de si eso me beneficiaba a mí, y sólo a mí. Lo reconozco: no tuve límites ni una motivación para tenerlos. Nunca supe de compasión, de solidaridad ni de amistad. En mi vida los buenos momentos fueron los eternos ausentes.

Tal vez no tuve suerte. Lo cierto es que tampoco supe buscármela. Crecí entre cartones y hollín de humo, y la ciudad siempre se me antojó un inhóspito campo de batalla.

Abracé con frecuencia la botella, me dormí ajeno al mundo sobre las aceras; las basuras se encargaron de hacerme invisible. Nadie nunca tiene ojos para quien no se quiere ver…

No recuerdo haber sentido calor humano aunque una vez una mujer de rostro golpeado me apretó contra su pecho. Nunca tuve familia ni tampoco amigos. Nada me ató a la vida mas que las ganas mismas de vivir, o tal vez fue la inercia, el no saber hacer otra cosa…

Una vez tuve el sueño de contar con una oportunidad, de merecer estar mejor que lo que estuve nunca, pero los sueños de las gentes como yo, nunca se cumplen. Con el tiempo, uno aprende a asimilarlo, así que me he limitado a sobrevivir mientras moría un poco más cada día.

Creo que por eso me reconocí en aquellos ojos. Me miré en su miedo, en su asco, en su hastío, en su indiferencia. Y dejé caer el brazo. Quedó mudo en el vacío.

Fue el instante en que nos encontramos. Desde entonces compartimos basuras, cartones y botellas. Somos camaradas, aliados, caballeros andantes que arrastran su sucia figura ante la ceguera del resto del mundo.

No sé si es eso que los demás llaman cariño pero he descubierto que me importa. Y creo que, al fin, he encontrado una motivación, un aliento para vivir, o al menos, para seguir intentándolo.

Quizás todavía tenga una oportunidad. Dicen que nunca es tarde para aprender a soñar.

(c) Josefa Molina

@JosefaMolinaR


6 respuestas a “Aprender a soñar

  1. Si un puñetazo impacta contra el muro de los sueños y logra quebrarlo, este se partirá en cientos. Y no es que los golpes enseñen a soñar, es que los sueños son demasiado hermosos/nobles como para vengarse de los puños que intentan hacerles daño; porque los sueños siempre se superan a ellos mismos, porque los sueños son producto de nuestro niño interior.

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