La voz

Olvídate de convencer a tus vecinos. Para ellos no eres más que uno de tantos de los que viven aquí, uno que sale y entra, un hombre solo, sin familia, sin mascota, indigno de relacionarse con nadie. Tal vez un sociópata, un desheredado del mundo, un ser insustancial. Un don nadie. Así que, ya lo sabes, olvídate de convencer a tus vecinos.
De pronto, la voz calló, justo en el momento en que cogió la bolsa de basura y, en un alarde de rebeldía, la dejó fuera del contenedor. Percibió aquel acto como una señal. El comienzo de algo importante que iba a cambiar su vida, un acto de sublevación descomunal para una persona como él, tan correcto, tan formal, tan silencioso, tan limpio, tan buen vecino…
La próxima vez lo que deje será un detonador con explosivos, escuchó que decía la voz de su cabeza. Ya está bien, estoy harto de que me ignoren. Si ellos no ponen la basura dentro del contenedor, yo tampoco lo haré. Esta gente no es más que basura y con la basura deben de estar…
Arrancó con furia del tablón de anuncios la nota del conserje que instaba a mantener limpias las escaleras y espacios comunes y subió hasta el quinto piso con el papel arrugado en su mano, víctima inútil de su furia contenida.
Una semana después los diarios recogían la noticia. Un bloque de ocho plantas afectado por una grave explosión. Cinco fallecidos y 28 personas heridas era el balance provisional de la deflagración. Tan solo resultó ileso un vecino del quinto piso que, de forma milagrosa, se ausentó del edificio tres minutos antes de la detonación. La policía no descarta ninguna hipótesis, incluida la del atentado terrorista.
Al día siguiente, el inquilino del quinto C se mudaba de inmueble.
No soportaba tanta suciedad en las escaleras.
Octubre, 2016
(c) Josefa Molina




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