Delirios de gripe
Estaba más que harto de toser. Estaba cansado de sentir que le faltaban las fuerzas, que se asfixiaba, que cada vez que intentaba moverse de la cama las piernas le flaqueaban, la cabeza le daba vueltas y los brazos no le sostenían. Llevaba allí tumbado, ¿cuánto?, ¿ocho, diez días?. Odió con todas sus fuerzas los virus, el resfriado, la gripe, y sobre todo, odió el sentirse tan sumamente inútil.
¿Cómo era posible que un bichejo microscópico pudiera ganar la batalla dejándolo postrado en la cama sin poder casi articular palabra? Afónico, mudo, quieto, inexistente. Durante las últimas dos semanas, además de perder la parte proporcional de su sueldo a los días de baja, aquella maldita gripe le había quitado de en medio y había frustrado su oportunidad de asumir el New Project Contact ¡Tantos meses trabajando para que ahora un virus asqueroso e insignificante lo apartara del camino del ascenso en la empresa!
Y encima en la más absoluta de las soledades. Su novia ni se había pasado por su piso, no fuera, argumentó, a caer ella también enferma y tener problemas en el trabajo. Así que allí estaba, solo, envuelto en una manta en una cama sin airear desde hacía casi dos semanas, con la caja de pañuelos de papel sobre la mesilla de noche y subsistiendo a base de sobres de sopas de pollo e infusiones de menta-poleo.
Débil, así era como se encontraba, muy débil, y solo, muy solo. Veintiocho años y todo perdido por el efecto de unos bichitos ínfimos. Una guerra entre David y Goliat en la que volvió a ganar David. ¡Me cago en los mitos hebreos! protestó. Pero de ésta salgo, seguro que salgo, y cuando vuelva a encontrarme bien, me voy a comer el mundo. Seré un David para la humanidad. Aquí no queda esto, conjunto de moléculas asquerosas. Os voy a destruir y sobre vuestras cenizas, renaceré como el ave fénix. Soy un hombre, ¿me escuchan?, soy un hombre, un ser humano perfecto, una creación divina, un producto de miles de años de evolución, de millones de aciertos y errores de la naturaleza, y vosotros no sois más que pequeños bichejos miserables, microscópicos, parásitos, que se alimentan creando enfermedades, con el único objetivo de hacer mal a los demás seres vivos
Se acabó, hoy me levanto y abandono la cama porque soy un dios, y vosotros, unos míseros vasallos que obedecen mis órdenes y mis órdenes son que vayan y me dejen continuar ampliando mi universo, un universo perfecto, sin virus, sin ácaros, sin microorganismos unicelulares que desean ingenuamente acariciar el poder divino de la humanidad, meros microbios, seres vivos diminutos, sin utilidad y sin destino más que el ser combatidos en la gran batalla final contra el dios humano. Vosotros vais a desaparecer, vais a ser aniquilados, fulminados, extinguidos, todos, absolutamente todos, sin más, porque así lo deseo yo, un hombre, ¡vuestro dios!, afirmó llevado por el delirio mientras le pareció estar sobrevolando la habitación sosteniendo en su mano derecha un bote de jarabe cual Prometeo sosteniendo el fuego robado a los dioses para dárselo a los mortales.
Exhausto se tocó la frente. Fuego, eso era lo que sentía en la frente. Ardía, sintió enormes escalofríos, su cuerpo comenzó a temblar abruptamente. Se acurrucó despacio bajo la manta y gritó afónico: «Cuando me pueda mover, los fulmino a todos sin contemplaciones. También Dios necesitó siete días para crear el universo».
Enero, 2016
Publicado en Infonortedigital
(c) Josefa Molina