En la oscuridad del callejón

En la oscuridad del callejón

callejón

El callejón estaba realmente oscuro. Apenas veía más que una tenue luz procedente de una solitaria farola. Quizá, por eso, se centró en escuchar a los grillos que, con su sonido, llenaban la soledad del pasadizo, tan sólo interrumpido por algún que otro ladrido lejano.

Observó lánguidamente la vía que, en esa oscuridad tan infinita, parecía no tener salida. Por un momento, se sintió como uno de esos detectives de las películas de cine negro. Enfundado en una larga gabardina gris, con un sombrero de ala ancha que le cubría casi hasta los ojos y unos guantes con los que, en caso de necesidad, podía sujetar la pistola sin dejar huellas reconocibles.

Pero él no era un héroe de película, ni mucho menos un detective misterioso y atractivo ante el que la chica rubia y simplona cae rendida, una y otra vez, sin poder o, quizá, sin querer, evitarlo. Él era más bien un hombre del montón, patéticamente vulgar, invisible a las miradas femeninas, totalmente ajeno a eso que los demás consideraban momentos de coraje y de valentía. No, él no era ese tipo de hombres. Él tenía que enfrentarse al temor incontrolable de entrar en aquel tétrico callejón oscuro.

Tomó una gran bocanada de aire y como alentado por los efectos ficticios de una poción gala mágica, efectuó un primer paso, al que siguió un segundo, un tercero y un cuarto. De pronto, se sintió valiente, invencible, y comenzó a avanzar con pasos cada vez más firmes, adentrándose decidido en aquella negra boca con dos hileras de mugrientas casas a punto de derrumbarse a ambos lados.

Cuando, por fin, llegó a la puerta de su casa, sacó la llave muy despacio, tomándose su tiempo, en un intento vano de mostrarse a sí mismo que era capaz de internarse en la más profunda de las oscuridades sin correr como alma que lleva el diablo.

Miró arrogante a su alrededor buscando una aprobación pública inexistente. Solo un gato que rebuscaba cansadamente en la basura le devolvió la mirada sin el más mínimo interés. Y sin embargo, se sentía profundamente orgulloso porque al fin, él, sí él, había superado, en aquella oscura y húmeda callejuela de adoquines, el temor a ser asesinado por una afilada navaja o, tal vez, resultar herido de muerte por un certero y silencioso disparo en el corazón.

Y es que no hay miedo más irracional que aquel que nuestra imaginación crea en exclusiva para cada uno de nosotros.

Diciembre, 2015

Publicado en Infonortedigital

(c) Josefa Molina


2 respuestas a “En la oscuridad del callejón

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