Madrugada

Madrugada

mujer

Escuchó cómo los tacones se iban acercando poco a poco atravesando la calle oscura. Se trataba de un taconeo regular, insistente, que destilaba seguridad y firmeza. Miró la hora. Las 3,30 horas de la mañana. Desconocía quién era la dueña de esos tacones que retumbaban rompiendo el silencio de la madrugada y ciertamente tampoco es que le interesara demasiado. Para él, sólo suponía la demostración de que, una vez más, estaba despierto en plena madrugada. Una madrugada más, otra desde hacía dos meses.

Estaba harto de no poder conciliar el sueño en condiciones. Noche tras noche, el mismo ritual, infusiones con dormidina, relajantes musculares, unas cuantas flexiones para agotar el cuerpo y alguna pastilla de las que recetan para dormir como un bendito toda la noche. Todo un cóctel de sustancias que, sin embargo, no lograba su efecto dado que allí estaba, una vez más, totalmente desvelado. Una situación que le estaba originando más de un problema. Ya se había quedado dormido en dos ocasiones sobre la mesa del despacho, con la consiguiente bronca por parte del arquitecto jefe quien le presionaba para que finalizara cuanto antes la maqueta del nuevo centro comercial. Y eso hacía que se desvelara aún más. Las cosas en el gabinete no iban bien y su empleo pendía de aquel proyecto.

Temía profundamente la noche. Era el escenario perfecto para que todos sus miedos afloraran, poniéndose en tensión ante cualquier ruido aunque sonara muy lejano, unas puertas que se abren, un ladrido esporádico, un vehículo que arrancaba, una sirena de ambulancia o unos tacones resonando sobre la calzada….

En ese momento, centró su atención en los tacones. En un impulso, se acercó cauto a la ventana y pensó que, ya que no podía dormir, al menos iba a intentar averiguar a quién pertenecían aquellos pasos que insistentemente escuchaba cada noche desde hacía semanas. Quizá una azafata que se dirigía a tomar un avión con destino a Jamaica, tal vez una camarera que regresaba de cerrar el garito de mala muerte en el que trabajaba, o podía tratarse de una enfermera que se dirigía a coger el coche para ir al principal hospital de la ciudad.

Levantó ligeramente la persiana, lo justo para ver pasar bajo la única farola que iluminaba la calle, la sombra de cuerpo femenino vestido con una falda estrecha y con un enorme bolso colgado del hombro. No logró ver su rostro, pero eso no impidió que se lo imaginara hermoso y sensual bajo aquel tupido pelo que caía suelto sobre la espalda. Sus ojos se dirigieron directamente al sinuoso movimiento de las caderas. Aquel contoneo le excitó sobremanera. Permaneció atento tras la persiana hasta que el sonido de los tacones fue casi imperceptible, entonces, regresó a la cama y cerró los ojos. Dejó que su imaginación hiciera el resto. A los diez minutos, ya dormía plácidamente.

Javier cerró la puerta tras de sí y se desplomó exhausto sobre el sofá. Una noche más de agotador trabajo. Empezaba a estar francamente aburrido de tanta vida nocturna. Resultaba extenuante y poco gratificante. Así nunca llegarás a tener pareja, se recordaba cada vez que regresaba cansado de tanta actuación en el music hall y tanta sonrisa maquillada. Levántate o te vas a quedar dormido, se ordenó a sí mismo. Aún le esperaba una hora antes de poder a dormir, la que necesita para limpiar con distintas lociones y cremas las montañas de pintura de labios y de colorete con el que se disfrazaba todas las noches para actuar en un local de show nocturnos en el Puerto.

Observó sus pies. Esa noche los sentía especialmente hinchados. Se quitó sus tacones preferidos y los dejó perfectamente alineados junto al sofá. Los miró con devoción. Le encantaba el sonido que hacían cuando se los calzaba, especialmente, el que hacían al retumbar rompiendo el silencio de la madrugada en el camino de regreso a casa.

Noviembre, 2015

Publicado en Infonortedigital

Publicado en Esencias de Ákaba, número 1

(c) Josefa Molina

 


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