Bajo la lluvia de Picadilly Circus

Bajo la lluvia de Picadilly Circus

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Dicen que si permaneces quieto durante un rato en Picadilly Circus, tarde o temprano, te encuentras con alguien conocido. No creo que, en mi caso, esa creencia popular resultara del todo acertada pero eso no quitaba para que yo también tuviera la esperanza de ver pasar a un rostro conocido en aquel luminoso cruce de calles.

Desde luego, a estas alturas de mi existencia no podría ser mi caso, pero al observar al apuesto joven que esperaba bajo la lluvia, tuve la certeza de que sí era sin duda su situación. Y es que ningún hombre espera bajo la lluvia, fría y continua, de Londres si no es porque está esperando a una mujer. Es más, podría hasta apostar que se trataba de una mujer joven y atractiva dado el porte del que imaginaba como su pareja.

Se trataba de un hombre de unos 45, moreno, alto, perfectamente afeitado, pelo corto del que sobresalían los primeros claros canosos, vestido con una chaqueta de paño azul de tres cuartos, pantalón a juego y zapatos negros pulcramente lustrados a pesar de la pertinaz lluvia.

Es más, estoy casi seguro de que, si me acercara a él, llegarían a mis fosas nasales una concentrada fragancia a colonia masculina. Un paraguas abierto que resguardaba al expectante caballero, y una maleta pequeña impermeable, completaba la escena. Además, era tarde de viernes. ¡Aquello prometía!

No tenía mucho más que hacer durante otra jornada lluviosa, así que divagar sobre aquel gentleman y su misteriosa dama, se me antojó no solo un entretemiento sino casi un desafío, una prueba, algo así como una auto demostración para comprobar mi capacidad de deducción y razonamiento, y, para, sobre todo, confirmar que mi teoría era cierta: un hombre solo permanece bajo la lluvia si su motivo de espera es una mujer. Mucho mas si el lugar elegido para la espera resultaba ser el emplazamiento más ideal de toda la capital británica: junto a la estatua bajo de un imperturbable Eros.

Sin duda, me dije que la dama merecería la espera. Deduje que sería alta, de larga melena rubia, rondando los 30, elegante y de porte decidido; con un punto de arrogancia, conocedora de su atractivo y del efecto que este causaba en el sexo masculino.

Como era de esperar, mis elucubraciones no tardaron en verse del todo confirmadas. Marcaban ya las siete y cuarto en el reloj, media hora después de la pausada tregua, cuando una amplia sonrisa del hombre delató la llegada de su cita.

Piernas largas enfundadas en un par de medias que resaltaban un sinuoso contorno bajo un vestido de terciopelo color vino que a duras penas lograba cubrir unos muslos que se adivinaban firmes y generosos y negras botas de tacón, vestían a la dama de pelo largo y rubio que se empeñaba en resguardarse de la lluvia bajo un paraguas con colores del arcoiris. Por un instante, el bullicio del círculo de calles se esfumó. Él la abrazó por la cintura y le atrajo hacia sí. Ella se dejó hacer y le ofreció sus labios. Una perfecta escena cinematográfica de amor bajo la atenta mirada de Eros.

Me sonreí orgulloso, y es que…¡me encanta cuando tengo la razón!

Enlazados del brazo, la pareja avanzó hacia la boca del metro. Les esperaba un fin de semana lleno de pasión. O al menos, eso quería imaginar. Me pregunto si también en eso tuve la razón…aunque tiendo a pensar en que sí, que estaría en lo cierto, no en vano resido desde siempre en el 221b de Baker Street.

(c) Josefa Molina

Ilustración: Teresa Ramos

@JosefaMolinaR


2 respuestas a “Bajo la lluvia de Picadilly Circus

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