La exposición
Cuando despertó, las figuras seguían allí. Creyó que era un sueño, que formaban parte de una especie de pesadilla. Pero no. Allí estaban. Quietas, expectantes, amenazantes.
Entonces sintió cómo decenas de ojos labrados en madera le observaban. La piel de su cuello se le erizó como le pasaba siempre de niño al sentir que un miedo lento, que crecía poco a poco, le atenazaba el estómago. Pero no se lo podía permitir. Era ya adulto, un hombre hecho y derecho. No podía dejarse llevar por aquellos temores absurdos.
Se incorporó despacio, decidido a enfrentarse a sus miedos, martillo en mano si hacía falta. Cogió con decisión la gubia. Tenía, debía, acabar el trabajo. Para él, el juego aún no había terminado. Además, no iba a permitir que las aquellas figuras insolentes le ganaran la batalla. Su pundonor estaba en juego.
Se acercó al trozo de madera en cuyo tallado estaba inmerso. De él afloraba ya medio torso de una figura con cabeza cúbica en cuyo centro se dibujaban unos ojos que le miraban fijamente, interrogantes, acusadores.
«Sabes que no tienes derecho a hacer lo que piensas, ¿verdad?», escuchó decir a una voz.
«Calla, ¡calla de una vez! Yo soy el artista y tú no eres más que un trozo de madera», contestó furioso.
“¿En serio te crees esa patraña? ¿De verdad piensas que soy producto de tu estúpida creatividad? ¿Que son tus manos las que crean? Por favor, ¡no seas tan iluso! Nosotras, cada una de nosotras, estamos aquí porque hemos querido estar. Tú sólo has sido el vehículo, el canal para aflorar y hacernos surgir de la madera. Hemos sido nosotras las que hemos elegido nacer, estar, ¡¡SER!!. ¡No lo olvides! ¡Nunca!”
En un impulso irracional, intentó estrangular al trozo de madera que le miraba expectante. De pronto, se paró en seco. Observó con espanto sus manos: aquellas manos, capaces de crear las más bellas piezas y esculpir con destreza y arte, eran también capaces de matar, si era necesario.
“Pero, ¿qué haces?”, volvió a escuchar la voz. “No seas estúpido y trabaja, que quiero estar terminada para la exposición. Será la más importante de todas las que hagas jamás. Seremos admiradas, adoradas, deseadas. La gente querrá llevarnos a sus casas. Nos haremos universales, únicas, especiales. Tendremos un lugar destacado en cada salón, en cada vitrina, en los principales museos del mundo. Nosotras, sólo nosotras…”.
El tallista sollozó quedamente y, lija en mano, comenzó a pulir la madera hasta que de sus uñas brotaron lágrimas de sangre.
Aún hoy, en los libros de historia del Arte de todos los tiempos, se clasifica a aquella exposición como la más hermosa, deslumbrante y definitiva del afamado tallista.
(c) Josefa Molina
Foto: imagen la exposición ‘DETalla en madera’, del artista Manuel Díaz. Casa de la Cultura, Guía, Gran Canaria.
Este relato ha sido publicado en Infonortedigital con fecha 3 de septiembre de 2018. La exposición (enlace)