Días de lluvia
Me gustan los días de lluvia. Esa cadencia pasmosa de resbalar las gotas en la cristalera casi como si temieran el inevitable final de una promesa.
Me gustan las tardes de otoño, el empeño ansioso de las hojas que se suicidan, la soledad de las palomas en los parques, la tristeza infinita de unos columpios que han perdido todo objeto de existencia.
Son estos los días en el que el tiempo se reduce a un toc toc de agua en el tejado pidiendo permiso para entrar para acomodarse a tu lado, y tú casi sientes pena por impedirle ocupar un asiento frente a la televisión.
Son estas las horas en los que la piel se acelera y rememora las caricias de antaño, que anhela los labios con sabor a deseo.
Me gustan los días de lluvia en los que la vida se desliza como si el universo estuviera concentrado en cada lágrima descendente y hasta las cortinas parecieran danzar lentas al compás de la música de la naturaleza.
Afuera suenan pasos apresurados. Los caminantes huyen de las aceras mojadas. La vida se refugia tras las puertas cerradas y, sin embargo, a mí me gusta dejar entrar las caricias húmedas de la brisa.
Sí, definitivamente, me gustan los días de lluvia, esa cadencia pasmosa de las gotas descendiendo por las cristaleras…