Era él
Lo más extraño de todo es que tenía la más absoluta certeza de que era él. No sé por qué se empeñó en negarme que era él cuando yo sentía en la más profunda de mis entrañas, que era él. ¡No podía ser otra persona mas que él!
Al cruzarnos en la puerta de la cafetería, nos saludamos con un amable ‘buenos días’ y nos miramos brevemente sin otorgarnos la más mínima atención. Cada uno continuó con su camino: yo hacia la barra para pedirme un desayuno a base de churros y café con leche calentito con el que atajar el frío del diciembre madrileño y él, hacia el exterior del local.
Y entonces, como un relámpago, me vino su imagen a la cabeza. ¡Claro, es el actor! ¡Aquel tan famoso de la serie de televisión! Eso era lo que más me gustaba de las grandes ciudades: la posibilidad de encontrarme en cualquier esquina con algún famoso.
Impulsada como por un resorte, salí lanzada tras él. Oiga, perdone, ¿es usted Sebastián Melmoth? Me miró estupefacto. No, lo siento, señorita, creo que se equivoca. Sí, hombre, insistí, ¿cómo me voy a equivocar?, ¡es usted!, no me mienta, si es clavadito, clavadito … Que le digo que se confunde, señorita, y si me disculpa, tengo que ir… No puede ser, afirmé contrariada, pero si es usted exactamente igual al actor ese tan famoso de la tele… A ver, ¿usted cree que si fuera un actor famoso me levantaría un domingo a las seis de la mañana para montar un puesto aquí, en el Rastro? No sé con quién me confunde pero ya tengo una edad para perder mi tiempo con tonterías. Así que si me disculpa, tengo que terminar de montar el puesto…
Bueno, bueno, hombre, no se enfade usted, es que es tan, tan parecido… En fin, discúlpeme, ¿eh?, adiós… Estaba realmente consternada. ¿No era él? ¡No podía ser! Pero si yo nunca me equivoco con una cara: ¡mi memoria fotográfica es realmente buena!
Regresé a la cafetería con la incógnita retumbando en mi cabeza. Oiga, una preguntita, le inquirí al camarero: ¿el señor mayor que salió hace un momentito no es el actor de ‘Aquí pocos duermen’, la serie esa que ponen en la tele’?
El camarero me miró con cara de no entender. ¿Qué señor? Sí, hombre, el que salió hace un poquito de aquí, con melena y sombrero, ya mayor él, con muchas arrugas en la cara… Puesss, no sé a quién se refiere, la verdad, por aquí para mucha gente famosa a desayunar pero que yo sepa hoy no ha venido nadie… Ah, pues vaya, yo juraría que era él…
Entonces cogí el móvil y busqué en internet. Ahí estaba, ¡era exactamente igual! Es que tenía que ser él, no quedaba otra, solo que, según rezaban las noticias publicadas en diversos medios de comunicación, había fallecido hacía… ¡dos años!
Así pues, ¿era cierto?, ¿no era él? Y yo que pensaba que en este viaje a Madrid, por fin, había logrado tropezarme con un actor famoso. Con la decepción recorriendo mis intestinos, salí del bar en dirección a los puestos de libros antiguos del Rastro en busca de algún tesoro de esos que solo encuentras por casualidad. Cuando apenas había avanzado diez metros, lo vi sentado ante un puesto de venta de discos en vinilos de segunda mano.
Me miró y, ante mi asombro, me hizo un gesto para que me acercara. ¿Sabría usted guardar un secreto, señorita? Se me iluminaron los ojos. Me lo iba a confesar, si es que ya sabía yo que era él. ¡Mira que nunca me equivoco con una cara!
Tome, le regalo este disco de Abbey Road de The Beatles, se conserva en muy buen estado. Ah, sí, sí, claro, le contesté, me gustan mucho Los Beatles. Son los mejores de la historia de la música contemporánea, ¡unos auténticos clásicos! Muchas gracias, la verdad es que no me esperaba un detalle así después de nuestro desencuentro de antes… Tranquila, me confunden mucho con ese actor que dice. Pues nada, hasta otro día pero eso sí, guárdeme el secreto, ¿eh?
Hoy, cuando me separan más de una semana y más de 2.000 kilómetros del aquel extraño encuentro, me dio por desempolvar mi viejo tocadiscos dispuesta a dejarme llevar por la cadencia sinfónica de los de Liverpool. Y fue entonces cuando del interior del forro del disco, salió expulsado algo blanco. ‘Gracias por guardarme el secreto. S.M.’, leí escrito a bolígrafo en un trozo de papel. ¡Ja!, sonreí triunfante, mira que lo sabía y si es que yo, nunca nunca, olvido una cara.
Nota de la autora: Tal vez, los personajes que protagonizan este relato sean totalmente inventados. O tal vez, no.
Publicado en Infonortedigital, 6 de enero 2020