La vida en suspenso
Es curioso cómo la vida en cualquier momento puede quedar en suspenso. Basta un pequeño hecho de esos denominados imprevistos, un imponderable, para que todo se vaya al garete.
Resulta todavía más curioso cuando ese elemento inesperado tiene forma de una extraña bola azul grisácea con púas. Corona, lo llaman. Entonces es cuando te das cuenta de lo poco que puedes controlar realmente tu destino.
Una toma decisiones, planifica el tiempo para aprovechar al máximo cada minuto, cada hora, cada día de la semana, para que, de pronto, un bichejo que ni siquiera ves, mande todos tus proyectos, tus planes, la estudiada planificación de tu vida, a tomar viento. Y ahí te quedas tú, pasmada y reconstruyendo tu tiempo, tu trabajo, tus planes, tu vida familiar, tu persona…
Desde luego que eso no es lo peor. Lo peor sucede cuando el citado bichejo se ha encargado de invadir los pulmones para arrebatar lo más preciado que una puede tener, la vida; o, si tienes suerte, te pega un susto de muerte después de pasar dos semanas entubado en la UCI, o si tiene más suerte aún, simplemente sabes de él a través de los medios de comunicación.
Lo peor acontece cuando tu medio de vida se queda en suspensión, cuando tu nevera se llena de interrogantes, cuando la incógnita es cómo dar de comer a tus hijos, cuándo la duda es de dónde vas a sacar para pagar las facturas que antes lograbas hacer frente gracias a trabajos en la economía sumergida, entonces la vida se convierte en un enorme y dramático signo de interrogación que te golpea con fuerza en la columna vertebral de la existencia. Porque el estómago no entiende de vacíos y el llanto de un hijo duele más que un puñal en el alma.
Entonces les toca a las administraciones reconstruir los esquemas, rediseñar los planes y afrontar el presente y lo que se avecina de la forma más realista, justa y positiva posible; ofrecer una respuesta efectiva a las oscuras sombras económicas y sociales de lo imprevisible, de lo repentino, porque la llegada de este bichejo nadie lo esperaba, ningún estado, ningún gobierno, ningún partido político, por más que se empeñen algunos en afirmar lo contrario.
Y a nosotros, repensarnos como sociedad, reconstruirnos como grupo que comparte vida en un mismo planeta azotado por su peor pandemia, el ser humano. Sucede que es necesario volver a cultivar la solidaridad, la empatía, la capacidad de ponernos en los zapatos del otro; que es necesario no dejar en suspenso esas píldoras vitales que nos engrandece y nos convierte en más humanos.
La vida está en suspenso. Nuestros proyectos han quedado en suspenso, sí, pero se volverán a retomar; volveremos a cruzar la puerta, a pasear por las calles, a visitar a nuestras familias, a tomar una cerveza con los amigos, a ir a un concierto o a leer versos en un bar.
Volveremos pero no seremos los de antes. Seremos más grandes, y no lo digo por los kilos de más que habremos cogido durante estos meses. Seremos más grandes porque habremos entendido el mensaje. O al menos, eso quiero pensar.
Publicado en Infonortedigital 21 de abril 2020