LAS SIN ROSTRO

Abrió los ojos justo cuando la campana tañía lúgubre la primera hora de la mañana. Había vuelto a llover. Quizás por eso sentía un dolor de cabeza insoportable. Aunque eso ya no le resultaba extraño: hacía días que aquellas migrañas, si es que eran migrañas, se habían alojado en su cabeza sin motivo ninguno. Siempre había gozado de una salud de hierro, siempre había estado ahí para todo y para todos, sin una queja, sin un dolor, sin que nada impidiera que cumpliera con sus obligaciones de madre y esposa trabajadora.

Miró hacia la cama. La abultada barriga de su marido subía y bajaba de forma acompasada. Le zarandeó. Levántate, vas a llegar tarde. Después siguió el ajetreo de cada mañana: el desayuno en la cocina, el enfado para que los niños llegaran a tiempo al colegio, las prisas y las demandas de cualquier mañana de cualquier día de su…

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