
Por quedar, no quedaba ni comida. El hombre miró de soslayo y se agazapó tras la maleza. A pocos metros de él, varios homo-sapiens se fueron situando como las fichas de un tablero a punto de romperse. De pronto, el animal levantó la cabeza, husmeó el aire y se quedó inmóvil a la espera de captar algún sonido. Una ramita crujió y el dinosaurio dio dos pasos atrás con precaución. De distintos puntos del claro del bosque salieron varios proto-hombres que comenzaron a correr tras él.
Aquel fue el comienzo del trabajo en equipo y de la planificación conjunta que siglos más tarde marcarían el devenir de los agrupamientos humanos en sociedades que avanzan, sin saber muy bien hacia dónde.
Aquel día, matar a otros seres vivos se instituyó en un predominio del ser de dos pies sobre los demás seres del planeta.
Aquel día comenzó el fin de todos nuestros días.
(c) Josefa Molina




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