‘Demasiado ruido’ (Opinión)

Demasiado ruido

Hay demasiado ruido. Vivimos rodeados de demasiado ruido. Y lo peor de todo es que nos hemos acostumbrado tanto a su existencia que incluso llegamos a echar de menos el follón y la algarabía.

Y no hablo solo del ruido que generamos de forma tan cotidiana que llegamos al absurdo -música a todo volumen en vehículos que transitan las calles nocturnas, caóticas conversaciones bajo las ventanas, molestos sonidos de los camiones de los supermercados y comercios a primera hora de la mañana cuando aún no has salido el sol, gritos y risas estridentes que se escapan por las ventanas,… ya saben, esos ruidos que forman parte de nuestro paisaje urbano, que conforman la fisionomía de unas ciudades cada vez más caóticas e incoherentes – sino que estoy haciendo también referencia a esos ruidos que en los últimos tiempos se han sumado a nuestras vidas y que, resultan, aún  si cabe, mucho más molestos y estridentes.

Se trata de ese griterío que generamos en los artificiales mundos paralelos de las redes sociales. Esos que se utilizan cuando se busca interesadamente acallar cualquier sonido/voz disonante, cualquier opinión contraria o adversa, cualquier gesto inusual o acción creativa que no siga los cánones establecidos.

Entonces, por más que se insista en generar algún ligero alboroto, los contrarios harán gala de todo un arsenal de herramientas para generar una gran bulla, la necesaria para sepultar bajo una montaña de insultos, desparrame de palabras, de discursos sin argumentos, de exposiciones amenazantes, al sonido/voz que se atreva a alzar la cabeza entre tanto bullicio y exponer su disonancia. Y todo ello con el solo fin de acallar al rebelde, al inconformista, al que opine lo contrario.

Ya no valen los argumentos y la reflexión pausada, ya no tenemos tiempo para eso. Las energías se centran en el insulto rápido, en el improperio soez, en la palabra vejatoria, en el ataque directo a la condición física o social del osado, todo ello, por supuesto, aprovechando el anonimato que proporcionan las redes, caldo de cultivo para que la nueva inquisición se materialice pletórica y sonriente.

Desde que las redes se han asentado como un miembro más en nuestra vida social, resulta que todos somos expertos en todo sin saber de nada y hasta la persona sin la más mínima formación sobre lo que se ‘debate’, se considera legitimada para compartir su opinión y hasta aconsejar cómo hacer tal o cual cuestión frente a la persona formada académicamente, profesional con largos años de experiencia contrastada que, mira tú, se convierte automáticamente, en el sospechoso habitual número uno. ¿Qué importa que posea años de estudio y un currículum profesional que avale su conocimiento si yo también ‘sé’ de lo que se ‘debate’ porque lo ‘aprendí’ en un tutorial?

Las redes se han convertido en el mentidero virtual donde todos exponen su verdad categórica, cierta, absoluta, obviando que la única verdad es la que no existe. Las redes son esos espacios donde tiene más valor parecer que ser, los ‘me gusta’ que la opinión argumentada, los selfies que las palabras; donde los algoritmos están programados para que las opiniones similares se retroalimenten, donde al disidente se excluye con la simple opción de ‘eliminar de mi lista de amigos’ (¿Amigos?…hum, eso da para otra reflexión).

No tenemos tiempo para debatir, para confrontar las ideas desde el respeto y la sensatez, no tenemos tiempo para la reflexión porque reflexionar exige un sobreesfuerzo que no estamos dispuestos a realizar.

Y, sin embargo, opino que ante tanto ruido, lo aconsejable es pararnos, hacer el esfuerzo y abogar por la vieja costumbre de escuchar al otro desde el sosiego y compartir pareceres e ideas sin que quien opine lo contrario se convierta de forma automática en nuestro archienemigo; aprender a tomarse las cosas con un poco de calma y no dejarnos arrastrar por la frenética pulsión que genera las redes, donde, les recuerdo, solo somos meros números para las empresas que explotan gratuitamente nuestros datos para continuar alimentando el mercado.

Nos rodea demasiado ruido. Tanto que no logramos compartir, conversar pausadamente, acercar posturas ni mucho menos, hacernos entender y entendernos. Hay demasiado ruido, uno tan ensordecedor, tan profundo, tan escandaloso que nos intoxica y, poco a poco, nos va deshumanizando.

 

Publicado en Infonortedigital.com Miércoles, 12 de agosto 2020


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